sábado, 11 de febrero de 2017

Antes de que se pierdan los recuerdos




Nací en Otañes u Otáñez, la ortografía no es amiga de la certeza, el 18 de noviembre de 1947 en casa de mis abuelos maternos. Doy esta fecha en vez del 19 para aclarar la confusión que hay entre la Partida de Nacimiento y la Fe del Bautismo. Mis mayores insistieron en este asunto para que cuando fuese mayor pudiera explicar tal discrepancia. A decir verdad, no me importa haber olvidado el origen de las dos fechas.

Primeros recuerdos.
 
La casa de mis abuelos, casa muy antigua, en su pared principal, con azulejos de fondo azul y letras blancas, indicaba el nombre del pueblo: Otañes. 
Una larga escalera de madera, en esta fachada, subía de la calle al primer piso. Una puerta de listones de madera impedía el paso de la escalera al rellano que antecedía a entrada principal de la vivienda.  La planta baja era un trastero lleno de aperos de labranza que a su vez servía de gallinero.
El rellano del primer piso era mi patio infantil. Vaguedades y certezas bullen en mi cabeza desde su altura. Como si se tratara de una proyección cinematográfica sobre una niebla blanca, según su transparencia, las imágenes se hacen más confusas o más claras.
Una imagen en particular surge en mi mente: "Llueve. Un regato rojizo fluye por la cuneta. Apoyado sobre la puerta de madera miro la calle. La puerta se abre de improviso y caigo rodando hasta llegar a la calle. Me quedo atrapado en el canal por donde fluye el agua. Grito y lloro. Estoy angustiado"
Este es mi primer recuerdo, aún no había cumplido los dos años.
Meses más tarde mi padre volvió a casa, tras una visita por razones de salud al Hospital de Valdecilla (Santander). Nos encontró, a madre e hijo, jugando en su cuarto sobre la cama. Mi padre, lleno de felicidad, no dudó en verter el contenido del paquete de caramelos que tenía en la mano. Los caramelos se esparcieron y yo, niño al fin, con más habilidad que paciencia, quité el papel que envolvía tan dulce golosina y en un abrir y cerrar de ojos la introduje en la boca. 
De pronto, me invade una sensación que todavía me incomoda: “No puedo tragar saliva ni tampoco respirar. Me duele la garganta. Me falta el aire. Veo caras i oigo ruidos a mi alrededor. Unos dedos penetran en mi boca. Me alzan y boca abajo una sacudida libera mi garganta"
Hoy día, aun siento incomodad y nerviosismo al recordar este episodio. 

Primer poema.

Un vago recuerdo permanece en mi memoria y me impulsa a decir que: El 30 de diciembre de 1956 escribí mi primera poesía. Lo recuerdo con tal claridad que a veces me asombra, y entre incrédulo y aprensivo, me pregunto si es cierto este persistente recuerdo del cual no dudo un instante.
En Amurrio, había llegado el invierno. Los montes que circundaban el valle ya mostraban sus primeras nieves y en la tarde, el calor de la cocina - la chapa - invitaba a la lectura. Cansado de leer, tomé la pluma y de improviso comencé a escribir sobre el amor, o lo que en aquel momento de tan serio asunto yo pensaba, en una hoja cuadriculada un romance: octosílabos con rima asonante en versos pares.

Había escrito mi primera poesía. 

... y no volvió a casa.
 
En mi cabeza resuena el grito de mujer desesperada:” ¡Se lo llevan! ¡Se lo llevan!” y también las voces de los niños:” ¡Aita! ¡Aita! ¡Aita!” Voces de hombres oscuras gritando:” ¡Callad! ¡Callad! No pasa nada.”
Silencios y llanto llenaban la madrugada aun oscura. 
Es difícil olvidar. Difícil no sentir apretujado el pecho. Difícil desterrar una idea oscura moviéndose por un camino de piedra y barro. Difícil conciliar el sueño y al levantarte decir a los vecinos que no habías oído nada. Todos lo habíamos oído, todos conocíamos la voz, todos conocíamos a Andres su esposa y sus tres hijos. Había que callar porque mañana podían ser los tuyos los que gritaran. Pero todos, sin saber nada, en la mañana o en la tarde pasábamos en silencio, con algo entre las manos por la casa de Andrés. Recuerdo que Felipe, el hijo mediano, jugaba conmigo, pero aquella tarde no quería jugar. Entre los muros de piedra de la casa las amama del barrio rezaban el Rosario con la mujer de Andrés.
Nunca más volvió Andrés.

Y en el principio…
 
Corrían los últimos años de la década de los ´50 y comenzaba la década de los ´60. En aquellas fechas comenzamos a oír a hablar de ETA (Euskadi Ta Askatasuna). Los más inquietos queríamos saber que eran esas letras que tanto intranquilizaban a los “grises”. Éramos niños que comenzábamos la adolescencia. En nuestras inquietudes comenzó a surgir sentimientos antiguos como los viejos robles de nuestras peñas y montañas. No hablábamos vasco, pero éramos vascos. Nuestros bailes eran distintos a los bailes españoles, mejor dicho, a los bailes que veíamos en TVE. Había diferencias: lo nuestro no era lo de ellos. En el Colegio Santiago Apóstol (La Salle) de Bilbao había profesores y religiosos que hablaban en euskera entre sí, eran aquellos nacidos en los puertos pesqueros cercanos o aquellos nacidos en los caseríos, en donde la vieja lengua se seguía hablando. De esta forma, al oírlos, empezamos a incluir en nuestro vocabulario palabras del idioma proscrito por los franquistas, palabras sencillas como: agur, egun on, egun ona izan, ongi etorri, txiki, kanpora, bihotzez, txakurrak, … y otras más que poco fueron formando parte de un castellano aderezado y sazonado con palabras que oíamos a los ancianos del pueblo. Así fue naciendo un sentimiento nuevo. Para nosotros, esa ETA del inicio la del Euskadi Libre, nos abrió los ojos y el corazón para amar Euskal Herria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario