Nací
en Otañes u Otáñez, la ortografía no es amiga de la certeza, el 18 de noviembre
de 1947 en casa de mis abuelos maternos. Doy esta fecha en vez del 19 para aclarar la confusión que hay entre la Partida de
Nacimiento y la Fe del Bautismo. Mis mayores insistieron en este asunto para
que cuando fuese mayor pudiera explicar tal discrepancia. A decir
verdad, no me importa haber olvidado el origen de las dos fechas.
Primeros recuerdos.
La
casa de mis abuelos, casa muy antigua, en su pared principal, con azulejos de
fondo azul y letras blancas, indicaba el nombre del pueblo: Otañes.
Una
larga escalera de madera, en esta fachada, subía de la calle al primer piso.
Una puerta de listones de madera impedía el paso de la escalera al rellano que
antecedía a entrada principal de la vivienda. La planta baja era un
trastero lleno de aperos de labranza que a su vez servía de gallinero.
El
rellano del primer piso era mi patio infantil. Vaguedades y certezas bullen en
mi cabeza desde su altura. Como si se tratara de una proyección cinematográfica
sobre una niebla blanca, según su transparencia, las imágenes se hacen más
confusas o más claras.
Una
imagen en particular surge en mi mente: "Llueve. Un regato rojizo fluye
por la cuneta. Apoyado sobre la puerta de madera miro la calle. La puerta se
abre de improviso y caigo rodando hasta llegar a la calle. Me quedo atrapado en
el canal por donde fluye el agua. Grito y lloro. Estoy angustiado"
Este
es mi primer recuerdo, aún no había cumplido los dos años.
Meses
más tarde mi padre volvió a casa, tras una visita por razones de salud al
Hospital de Valdecilla (Santander). Nos encontró, a madre e hijo, jugando en su
cuarto sobre la cama. Mi padre, lleno de felicidad, no dudó en verter el
contenido del paquete de caramelos que tenía en la mano. Los caramelos se
esparcieron y yo, niño al fin, con más habilidad que paciencia, quité el papel
que envolvía tan dulce golosina y en un abrir y cerrar de ojos la introduje en
la boca.
De
pronto, me invade una sensación que todavía me incomoda: “No puedo tragar
saliva ni tampoco respirar. Me duele la garganta. Me falta el aire. Veo caras i
oigo ruidos a mi alrededor. Unos dedos penetran en mi boca. Me alzan y boca
abajo una sacudida libera mi garganta"
Hoy día, aun siento incomodad y nerviosismo al recordar este episodio.
Primer poema.
Un vago recuerdo permanece en mi memoria y me impulsa a decir que: El 30 de diciembre de 1956 escribí mi primera poesía. Lo recuerdo con tal claridad que a veces me asombra, y entre incrédulo y aprensivo, me pregunto si es cierto este persistente recuerdo del cual no dudo un instante.
En
Amurrio, había llegado el invierno. Los montes que circundaban el valle ya
mostraban sus primeras nieves y en la tarde, el calor de la cocina - la chapa -
invitaba a la lectura. Cansado de leer, tomé la pluma y de improviso
comencé a escribir sobre el amor, o lo que en aquel momento de tan serio asunto
yo pensaba, en una hoja cuadriculada un romance: octosílabos con rima asonante
en versos pares.
Había escrito mi primera poesía.
... y no volvió a casa.
En
mi cabeza resuena el grito de mujer desesperada:” ¡Se lo llevan! ¡Se lo
llevan!” y también las voces de los niños:” ¡Aita! ¡Aita! ¡Aita!” Voces de hombres
oscuras gritando:” ¡Callad! ¡Callad! No pasa nada.”
Silencios
y llanto llenaban la madrugada aun oscura.
Es
difícil olvidar. Difícil no sentir apretujado el pecho. Difícil desterrar una
idea oscura moviéndose por un camino de piedra y barro. Difícil conciliar el
sueño y al levantarte decir a los vecinos que no habías oído nada. Todos lo
habíamos oído, todos conocíamos la voz, todos conocíamos a Andres su esposa y
sus tres hijos. Había que callar porque mañana podían ser los tuyos los que
gritaran. Pero todos, sin saber nada, en la mañana o en la tarde pasábamos en
silencio, con algo entre las manos por la casa de Andrés. Recuerdo que Felipe,
el hijo mediano, jugaba conmigo, pero aquella tarde no quería jugar. Entre los
muros de piedra de la casa las amama del barrio rezaban el Rosario con la mujer
de Andrés.
Nunca
más volvió Andrés.
Y en el principio…
Corrían
los últimos años de la década de los ´50 y comenzaba la década de los ´60. En
aquellas fechas comenzamos a oír a hablar de ETA (Euskadi Ta Askatasuna). Los
más inquietos queríamos saber que eran esas letras que tanto intranquilizaban a
los “grises”. Éramos niños que comenzábamos la adolescencia. En nuestras
inquietudes comenzó a surgir sentimientos antiguos como los viejos robles de
nuestras peñas y montañas. No hablábamos vasco, pero éramos vascos. Nuestros
bailes eran distintos a los bailes españoles, mejor dicho, a los bailes que
veíamos en TVE. Había diferencias: lo nuestro no era lo de ellos. En el Colegio
Santiago Apóstol (La Salle) de Bilbao había profesores y religiosos que
hablaban en euskera entre sí, eran aquellos nacidos en los puertos pesqueros
cercanos o aquellos nacidos en los caseríos, en donde la vieja lengua se seguía
hablando. De esta forma, al oírlos, empezamos a incluir en nuestro vocabulario
palabras del idioma proscrito por los franquistas, palabras sencillas como:
agur, egun on, egun ona izan, ongi etorri, txiki, kanpora, bihotzez, txakurrak,
… y otras más que poco fueron formando parte de un castellano aderezado y
sazonado con palabras que oíamos a los ancianos del pueblo. Así fue naciendo un
sentimiento nuevo. Para nosotros, esa ETA del inicio la del Euskadi Libre, nos
abrió los ojos y el corazón para amar Euskal Herria.
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